domingo, 28 de agosto de 2011

México, un ejemplo para el mundo

México es hoy un ejemplo para el mundo. Todos los países voltean a ver nuestro presente y estudian nuestro pasado reciente. ¿Para qué? Para alejarse lo más posible de nuestro futuro. Para nunca acercarse a lo que México es hoy.

Somos la consecuencia del abandono de nuestro campo, del olvido en el futuro de nuestros jóvenes, de la esclavitud permitida en las maquilas, de la impunidad de los crímenes que se han cometido sin existir culpables y del desinterés de nosotros mismos hacia nuestra vida política y social. Hoy nos encontramos a donde nosotros mismos nos hemos llevado.

Pero por encima de todo, hay una razón general. La que cubre y emponzoña todo lo que toca. Que lascera y convive con nosotros en cada familia, en cada esquina, en cada rincón del país. Y hay que decirlo. Hoy nos encontramos "donde nos encontramos", por la corrupción.
Imposible negarlo. ¿Cuántas generaciones han crecido en este país con la ideología de "el que no tranza no avanza"? ¿Cuántas familias no han inculcado la importancia de "se chingó por pendejo"? ¿O "si no aprovechaste, qué pendejo"? Por ejemplo, un caso ideal:
- Fui tesorero de mi edificio durante un año";
- ¿Y cuánto te chingaste?;
- No, ¡nada!; todo fue derecho;
- Uy, pues que pendejo.
Cambiemos las últimos dos líneas por la respuesta común en nuestro país:
- Me los chingué con la mitad del varo.
- No pues sí. Yo hubiera hecho lo mismo. Cuando me toque...

Como sociedad tenemos muy enraizada la corrupción como un elemento social. Tal parecería que no podríamos hacer absolutamente nada sin la mordida. Alguna vez escuché al historiador Lorenzo Meyer externar la pregunta: ¿Porqué en México está tan arraigada la corrupción? El propuso que la corrupción está con nosotros desde la época de la conquista; leyes diseñadas por y para los criollos/españoles y que los indígenas jamás podrían cumplir. Fue una respuesta interesante de Meyer, aunque él mismo dijo que no lo podía entender bien.

Déjenme contarles tres historias de corrupción que recuerdo en este momento. Una vez platicando con un alumno, de esos faroles que se las dan de muy chingones, me contaba sus aventuras:
- Fijate pinche Hidalgo que la otra vez por mi casa, un wey de cablevisión que estaba trabajando dejó su coche abierto así de par en par.
- Uy pues a ver si no se lo chingaron, comenté.
- Pues claro, yo mero. Le chingué el rollo de cable y un equipo. ¿Como ves? A poco no fui chingón.
- ¡No mames!, protesté, ¿pero porqué se lo robaste?
- No, ni madres, no se lo robé. Me lo chingué por pendejo.
- Ni el rollo ni el equipo eran tuyos; eran del trabajador y tú se los robaste.
- Que no lo robé, me lo chingué por pendejo.
- Bueno y ¿para que quieres eso?
- Pues ya veré que hago, pero de mientras no me vi pendejo y me lo chingué.

Sí, esa urgencia de no ser pendejo haciendo que alguien más se vea pendejo es cotidiana en nuestras relaciones sociales. Otra vez, caminando por la calle recuerdo como un papá recagó a su hijo de 8 a 10 años porque había devuelto una cartera.
- Qué pendejo eres m'ijo, al menos, ¿te chingaste el dinero?;
- No papá, así se la regresé al señor como la recogí;
- Qué pendejo eres.
¿Tú crees que ese chamaco volverá a obrar bien? ¿Devolverá el cambio cuando se lo den mal? ¿Regresará los centavitos que se le acaban de caer a la abuelita y que no se dio cuenta? Sabiendo que en su casa, actuar de esa manera es "ser pendejo" jamás lo volverá a hacer, y tendremos, claro, ¡un ciudadano modelo!, criado en nuestras familias.

Y la peor de todas. Cuando daba clases en el CETis en una ocasión me abordó un papá con su hijo, un muchacho tranquilo pero flojo, preocupado por la calificación de su muchacho.
- Es que mi hijo lleva reprobados los dos parciales maestro.
- Pues sí. Tiene que ponerse a estudiar.
- ¿Y no habría forma de que me echara una mano?, me dijo cínicamente. Lo peor fue la manera en que el chavo se sintió incomodo ante lo que había dicho su padre.
- Claro que sí lo voy a ayudar; como a todos, le voy a dar chance de que vuelva a entregar sus trabajos, respondí haciéndome el desentendido ante la "propuesta". Pero el señor fue directo:
- No maestro, mejor nos arreglamos con una lana y ya estuvo con mi muchacho.
No pude evitar sonreirme. Y eso puso contento al señor. El chamaco, conociéndome tras dos meses de trabajo, apenas pudo verme a los ojos. Le dije al chavo:
- Si quieres pasar mi materia, entrégame de manera correcta todos los trabajos que te faltan y los que entregaste mal. En cuanto a usted, voltee a ver al señor, pues ¿qué le puedo decir...? Ya lo escuchó su propio hijo... Me dí la media vuelta y me fui.
El chavo no regresó a mi clase y no recuerdo si regresó el siguiente semestre. Supongo que no era la única materia en la que estaba mal. "Vamos a soltarles una lana a tus pinches maestros para que pases", seguro fue lo que dijo el sabio padre al pobre muchacho. ¿Qué podemos decir en la escuela cuando los propios padres inculcan esto?

Todos conocemos casos como estos o hemos caído en alguno. Desde pasarse un alto, manejar tu coche un día en que no circula, brincarse la verificación, colgarte de un diablito para tener luz, manejar sin licencia o dar una lana para agilizar un trámite. Yo creo que todos, o casi todos, hemos hecho alguno de los anteriores. Pero hoy debemos entender, que la próxima vez que seamos parte de un acto corrupto estaremos hundiendo más y más al país. Porque no hay diferencia entre soltarle 50 varos pal chesco al oficial si ando sin licencia o para agilizar mi papel en la delegación, que soltar 50 mil varos para que se cambie un uso de suelo, o soltar 500 mil varos para que todo un sindicato reciba menos prestaciones a cambio de más chamba, o recibir unos 10 mil dolares para que en la aduana esos trailers pasen sin pedo. No hay diferencia en el acto (aunque obviamente sí en las consecuencias, eso será materia de otra próxima entrada).

Debemos arrancarnos la corrupción como un mecanismo de nuestra economía, de nuestras relaciones sociales, ¡de nuestra sociedad misma! Si yo no acepto ser parte de un acto corrupto, entonces no permitiré que otros lo sean y entonces podré exigir. ¿Cómo puede ser posible que en México existan las Elba Esther Gordillo, los Vicente Fox, los Fernández de Cevallos, los Montiel, los Hank González y los Hank Rhon, los Creel, todos esos miembros de la clase política que son distinguidamente corruptos? Pues existen porque la sociedad en general los tolera. Los tolera porque muchos piensan que si se les permite a ellos hacer esos actos, a nosotros también se nos permitirá hacerlo cuando tengamos esas migajas de poder con las que soñamos y no seremos sancionados. Este es el pensamiento de la mayoría de la población, no el mío.

Es esa tolerancia al acto corrupto la que trae consigo el siguiente peor mal en nuestro país: la impunidad. Corrupción e impunidad juntas, nos han llevado al abismo en el que ahora nos encontramos como sociedad.

Calderón y el presidente que venga podrá militarizar cada esquina del país; pero si no hay una estrategia social ni cultural (que no la hay) para deshacer los últimos 40 años de destrucción nacional, no habrá futuro. Estaremos perdidos como sociedad y el Estado estará en peligro, como lo está ya en muchas partes del país. Tenemos que empezar ahora mismo por sanar el tejido social. Creo que un primer paso es arrancarnos poco a poco el problema de la corrupción. Tengo aun fe en que si lo logramos, habremos dado un primer gran paso. De abajo hacia arriba. Siempre. Los cambios no se hacen de arriba, siempre lo hará el pueblo mismo.

Comenten a ver qué opinan.


jueves, 11 de agosto de 2011

Puteado de vida

El amanecer surge. La alarma del teléfono suena como siempre a las 5 de la mañana. Trato de despertar restregándome las manos en la cara. Ese espantoso sabor acre en la boca aparece. Otro día vacío. Otro deambular sin rostro. Otro mismo horizonte.
Me siento al borde de mi cama y te busco sin mirarte. Me falta tu mano. ¡Cómo sueño con tu mano! Y tu espalda, tu erótica espalda. Y ahora que la sobriedad golpea mi mente, sé que es absurdo tratar de recordarte. ¿A quién añoro? ¿Por quién sufro?, si mi cama ha sido visitada tantas veces que soy incapaz de recordar tu rostro, menos tu nombre. Dudo que me lo hubieras dicho. Yo un día soy Paco, al otro Javier, otro Israel; incluso Saul un día que me sentí misionero. Y todo acaba igual. Compartiendo el lecho, sea el mío o el ajeno con quien sea. Ebrio, drogado, solo, trasnochado, perdido, hundido sin remedio. Abandonado a mi suerte, como desde que tuve veinte. Y ahora busco un nombre. Un nombre al rostro que no distingo.
Puteado de vida. Sudo conciencia. Hurgo en mi mente buscando razones que me impidan volver a pisar los sitios que frecuento. No recuerdo ni una. No recuerdo ni dónde estuve anoche. Pero hoy milagrosamente no desperté tirado en la calle, o a los pies de una cama desconocida, o en un rincón de mi propia casa sollozando, abrazando alguna vacía botella, con el vómito endurecido en mi camisa, con mis hojas de poesía empedernida vertidas a mis pies, entre mis libros, fieles acompañantes en mi día a día. Ni pateando la puerta al vecino, ni insultando al primer pobre diablo que se me cruzara enfrente. Ni tampoco con un ojo cerrado o el hocico roto. Ni tampoco en prisión.
"Al menos podré ir al trabajo", me digo a mí mismo. Mas cuando me incorporo, todo da vueltas, la cabeza punza y mi vista se nubla: el alcohol vuelve a ascender por mi mente, castigándome, cegándome, embruteciéndome. Sigo ebrio. Me golpeo con la puerta del closet, piso alguna cosa extraña que permanecía en el suelo y caigo irremediablemente. Contemplo la basura que me rodea. Basura acumulada durante días, semanas, meses. Vasos, botellas, papeles, empaques de comida, algunos vacíos, otros aún con comida. Nada recogido. Yazco en un basurero y contemplo mi vida.
Y ahora, en una ráfaga de sobriedad me inundan los pendientes que tengo en el trabajo. Dar clase de 8 a 10 de Mecánica Estadística, una conferencia magistral en 2 semanas, terminar 3 artículos y reuniones con mis estudiantes. Tantas cosas banales, vacías al final y ninguna digna de ser mástil de mi barca, de ser ancla en mi vida. Nada que distinguiera en mi embarcación su propio barlovento o sotavento, nada que guiara mi frágil barca a puerto seguro. Ninguna por la que me dé alegría despertar y mantenerme consiente. Mejor mantenerme ebrio.
Y en medio de todo, sigo sin distinguir tu cara. ¿Por qué sigo pensando en tu cara? Creo que dejaste tu número en el buró. Con prisa insegura, manoteo sobre la pequeña mesa tirando todo lo que existía sobre ella, hasta encontrar un papel minúsculo, pero escrito con una letra ajena a la mía un número. "Llámame", recuerdo que me dijiste mientras cubrías ese par de alas tatuadas en tu espalda y te disponías a marchar. Sí, aquí está. Marco los 10 números escritos con tu puño y letra. ¿De dónde sacaste la pluma para escribir?, me pregunto. ¿Cuántos días han pasado desde que dejaste este angelical regalo? Reconozco tu voz al contestar y tu rostro, en mi mente, se ilumina de pronto. "Eres un ángel", recuerdo que te dije en la barra de ese bar oscuro, perdido a la vista de Dios, donde lo último que alguien encontraría a esa hora sería un ángel verdadero. "Y pronto sabrás porqué", contestaste. "¿No podías llamar más tarde?", me reclamas y cuelgas. Y el silencio cae de nuevo a mi lecho, frío, oscuro, inquebrantable, con el bip de low battery del celular resonante.
Otro día vacío. Otro deambular sin rostro. Puteado de vida, a seguir me dispongo. Todo sería más fácil, si volvieran unos labios a besar mis ojos.