sábado, 26 de noviembre de 2011

Escribiendo de día

Desde septiembre no escribo nada en el blog. Muy mal. Peor que en el abandono. Parece como si estuviera alistándome para alguna campaña política, o para el ejército, y por eso no he escrito nada.

Tantas cosas que contar, tanta weba de hacerlo. El día tras día, siempre aburrido, y no parece que exista más remedio que seguir igual, como zombi deambulando por las calles haciendo la misma diferente rutina diaria.

Esta mañana me falta talento. Las mañanas sólo deberían servir para desayunar y bañarse. Es imposible escribir con luz de día. Pero por alguna extraña razón, es a la única hora en que hoy tengo tiempo. Y ganas.

Puedo sentir que hay ojos mirando mis teclazos, mofándose en cada yerro que cometo, en cada error ortográfico, gramático o de pensamiento. Por eso debería prohibirse escribir de día.
Mejor de noche. Arropado con la oscuridad, no hay ojos que se tornen jueces, ni principios morales bailoteando en tu mente. Sólo bajo el ropaje de escribir en la noche, uno puede animarse a gritar en texto al mundo, "Ayer me besé con una chiquilla de preparatoria, que vestía uniforme azul con gris. Sus padres, a dos cuadras, esperaban su salida del colegio.". O vociferar "Anoche en mi viaje en el tranvía me hice el dormido para no ceder mi asiento a la señora con su bebé en brazos.". O tal vez confesar "La otra noche que salí a un bar con mi novia la hice enojar para que se marchara, sólo para quedarme a ver qué pasaba con el afeminado que me sonreía desde el otro lado de la barra". Son historias que sólo se pueden escribir de noche, no de día; y menos que las escriba yo, sobretodo tomando en cuenta que ni tengo novia ni viajo en tranvía. Es moralmente adecuado escribirlas de noche. ¡No está permitido escribirlas de día! Sonarían falsas, engañosas e inciertas.

Al escribir de día, uno siente el impulso de empezar su texto con algo como, "La mañana trajo una nueva ilusión a su morada". ¡Que hipocresía! Es como permitir que alguien más escribiera por ti. Que tu pluma la empuñara un inocente y pulcro caballero que viste planchado, que duerme sus ocho horas diarias y que jamás dice una mala palabra, creado por el aire fresco respirado de un nuevo día. Que asco. En cambio, al hacerlo de noche, acompañado del mejor de los tragos (que por cierto es el que tomas en ese momento), con el cansancio de la jornada, con el ímpetu del día frustrante, infructuoso y tortuoso, uno empezaría su texto así: "No dudaba que aquel día había sido el peor de su vida. Al pensar que mañana todo podría empeorar, sonreía". ¡Qué gusto el plasmar la verdad de tu sentir! La hipócrita mañana corrosiva que infecta tu visión, que te hace creer que el resplandeciente sol iluminará tu insípida vida, no debería influir en tu escritura. Ni en cuentos, ni en poesía, ni en tus ensayos. ¡En nada! Ni siquiera en tu vida.

A desterrar la mañana de nuestras vidas.
No cabe en los aprendices de escribanos,
de escritores, mucho menos de paganos.
La mañana solo debería servir
para tres cosas: leer el diario,
vestirnos de hipocresía
y despertar con alguien al lado.
--------
Escrito sábado a las diez de la mañana...