Cada noche te pienso.
Cada día, en cada respiro, a cada instante.
Surges de repente, surcando mi mente.
Navegas en silencio hasta alcanzar la orilla,
infinita, de mis deseos por volver a verte.
Tu mano, fuerte, aprisiona mis sueños,
que de a poco se vuelven tuyos, nuestros,
que dejan de ser míos, para compartir con aquellos
que un día suspiraron de encontrarme dispuesto
a querer caminar juntos bajo cielos radiantes.
Y mi voz, se silencia.
Y mis ojos, se ciegan al mundo restante.
Más allá de tu esencia, nada existe, nada es estable.
Tu sola existencia ilumina mi ausente presencia
para yacer de rodillas a la espera de tu mano afable.
Y mi rostro, sin fuerza para mirarte,
se inclina hacia el suelo...
Nada persiste,
nada transcurre...
más que la espera de saber
que tu mano, dócil a mi pena,
tomará mi barbilla, alzará mi rostro
con el fin verdadero de brindarme la luz esperada
al volver a besarme.
Y existimos.
Tú, junto a mí. Yo, para ti.
Y mis ojos se reflejan en los tuyos.
Y mis manos, vacías hasta hace poco,
existen tomando las tuyas.
Y mis labios, secos de tu savia,
se inundan completos al juntarse a los tuyos.
Y tu olor, delirio perfecto, se agolpa en mi mente.
Surge inclemente la urgencia de poseerte.
Y te arranco las ropas, y arrojo las mías
y aquellas ganas de controlarme.
Y existimos presentes, y en armonía, todo somos,
y nada es sin nuestro oleaje.
Y mi mente asegura que somos perfectos,
como sueños reales, como aquellos que todos soñamos,
de los que nadie nunca quisiera despertarse.