lunes, 17 de junio de 2013

La espera

Nunca se caracterizó por ser una persona paciente. No lo fue de niño ni de joven, ni ahora de adulto lo era. Las esperas, esas largas pérdidas de tiempo lo incomodaban fuertemente. Siendo niño prefería que las cosas iniciaran de inmediato: los exámenes en la escuela, las visitas al médico, las fiestas, los primeros besos. No había razón alguna para que ocurriera algún retraso. Quizá el factor sorpresa podría ser una buena razón, pero no lo suficiente para soportar una larga espera. En su juventud, no esperaba a sus amigos. Dejó plantadas a varias chicas simplemente porque no podía soportar una espera mayor a diez minutos. Era su límite para esperar a una mujer, así fuera la más hermosa del mundo. "Yo llegué a tiempo, tú fuiste quien no fue puntual", arremetía cuando alguna chica le llegó a reclamar su falta. El tiempo es precioso, la única verdadera bendición en este mundo, había concluido desde joven, ¿porqué desperdiciarlo esperando cuando uno lo puede utilizar haciendo algo mejor?  Era puntual en todo. Para salir, para llegar, para estar. Incluso las ocasiones que llegaba tarde, era planeado, con la intención justamente de disminuir al máximo esa terrible ofensa que era la espera. Hasta para llegar tarde hay que hacerlo a tiempo, se decía.


Así había sido durante toda su vida y ahora, entrando a sus 30 años, no tenía porqué cambiar. Su trabajo no demandaba demasiadas reuniones con su colegas, por lo que esa dependencia de la presencia de los demás no lo perturbaba. A las reuniones siempre llegaba dos o tres minutos tarde, nunca antes. Nunca era el último en llegar, por lo que no hacía esperar a los demás, ni mucho menos era el primero, haciendo su espera mayor. El tiempo mínimo necesario de espera, se decía. Su gente más cercana le había dicho que no era algo normal que pensara así, que actuara de esa forma. No es sano, le decían. No es una enfermedad el que no me guste esperar demasiado, les repetía. No toda espera estará dentro de tus manos, le replicaban; ¿qué pasará cuando mueras? ¿Acaso tampoco esperarás? Cuando llegue mi momento, haré lo que siempre he hecho: esperar lo mínimo necesario, ni un minuto más. Si no llega la muerte, entonces iré a buscarla. Sonaba a obsesión su comportamiento es cierto. Pero cuando se refería al momento de su muerte, su soberbia e imposición a no esperar resultaba molesta, casi ofensiva a los demás, y a la muerte misma.

Cuando salía de viaje, no era diferente su comportamiento. Sabía que no tenía solución la espera obligada para realizar su "check in", para documentar su equipaje o para pasar la aduana. Lo que sí podía hacer era dedicar ese tiempo a realizar alguna tarea pendiente, contestar algún correo, revisar algún documento. Nada dejado al azar, menos a la decidia. Todo planeado minuciosamente. Un día salió de viaje de negocios. Su vuelo salía a las 5:50 am, seguramente la primera salida del día, por lo que hizo su planeación acostumbrada. Llegó tarde, lo mínimo necesario, pero a tiempo. Entró a la sala de espera a las 5:00 am, como lo había planeado. A tiempo como siempre. 50 minutos para realizar los pendientes planeados. Observó a los otros pasajeros que ya esperaban antes que él. Una anciana leyendo concentradamente un libro. Un hombre en mediocre traje gris escribiendo en su laptop, seguramente alguna igualmente mediocre presentación. Un joven no mayor a 25 años que se movía al ritmo de la música que salía de sus audífonos blancos. Una pareja abrazada, dormitando a su vez. Y por último, frente a él, una madre con su hijo en brazos. Un bebé, sospechó, al tiempo que esperó que no compartieran vuelo por la posibilidad de que el niño en cualquier momento rompiera en llanto. Dibujó una sonrisa de mofa, de cierta burla a cada uno de ellos por el tiempo innecesario, según él, que ya llevaban ahí.

La espera no es buena, menos hacerlo perdiendo el tiempo sin razón, se dijo. Sacó de su morral su tableta para trabajar un poco. Conectó los audífonos para escuchar música. Iba a comenzar a trabajar cuando a su lado se sentó la anciana que hacía un momento estaba en otro asiento apartado de donde él se encontraba.
- Siempre es mejor esperar el vuelo con una buena charla, ¿no le parece?, afirmó la anciana. Él la miró con un gesto de reproche, de notable incomodidad ante su interrupción.
- Siempre es mejor esperar un vuelo haciendo lo que se tenía planeado, y seguro eso no es charlar con un desconocido, le contestó fría y toscamente.
El tono casi ofensivo sorprendió a la anciana. Se retiró apenada de inmediato y él empezó a trabajar un poco en sus pendientes. Leyendo aquí, revisando allá. Nada urgente. Todo imprescindible. No así su espera. Esa inevitable espera. Por un momento, pestañó. Cerró los ojos evidenciando fatiga. Con la intención de despertar y no dejarse caer en el sueño, levantó la cara y miró alrededor. Al hacerlo se consternó. Las mismas personas yacían a su alrededor. La anciana leyendo, el hombre del mediocre traje gris, aquel de los audífonos, la pareja durmiendo y la madre y su pequeño. Nadie más. ¿Será acaso que sólo nosotros iremos en el vuelo? Eso nunca lo había visto. Tan pocas personas para un vuelo de varias horas no sería común. Faltando ya tan poco tiempo para que el vuelo saliera no podía tener lógica que no llegaran los demás pasajeros. Y al contemplar el reloj en su tableta, su consternación aumento: las 5:00 am anunciaba que aun faltaban 50 minutos para su vuelo. ¿Cómo era posible aquello? Llevaba más de 30 minutos ahí, o al menos eso suponía. Miró hacia los alrededores buscando algún otro reloj. Vio a lo lejos, justo arriba de un pequeño café, uno de manecillas que marcaban las cinco de la mañana. No puede ser posible, se afirmaba, estoy seguro que debe ser más tarde. Buscó su celular para revisar la hora que marcaba y el resultado el mismo: aparentemente no había transcurrido tiempo alguno. Suspiró inconforme, pero convencido. Seguiremos esperando entonces, se dijo para sí. Terminó los pendientes y leyó los documentos restantes. Los pendientes habían dejado de serlo para volverse asuntos concluídos. Inició la lectura del periódico. Un vistazo aquí, una lectura rápida allá. La desaparición de cinco personas llamó su atención. Ocurrió afuera de un bar, decía la nota. Aparentemente nadie los ha visto en días. Andarán muy contentos en la fiesta, se dijo con una sonrisa. De repente recordó que no había revisado en días su muro en el Facebook. Entró a su cuenta después de varios yerros en su contraseña. Su muro plagado de notas de amigos y familiares. Leyó algunas notas, contestó otras tantas, rió con algunos videos y observó varias fotografías. Hechó ligeramente de menos a quienes ahí recordó. Volvió entonces a su principal ocupación: debía de tomar un vuelo a las 5:50 y ya debía ser hora. Levantó la vista y no pudo creer lo que observó. La anciana seguía leyendo, el mediocre seguía trabajando, el joven seguía bailando ligeramente en su asiento, la pareja seguía dormitando y la madre y su pequeño continuaban esperando. Ni una persona más había llegado. Observó el reloj de su tableta, el de su celular y aquel lejano de manecillas y el resultado idéntico al de hacía un rato. Las 5:00 am anunciaban. Su desesperación aumentó notablemente. Se acercó a la anciana para preguntarle la hora.
- Hay un reloj de manecillas ahí enfrente, contestó en el mismo tono frío que él lo había hecho con ella hacía unos momentos, si es que eso tenía algún sentido temporal para él. Parece que no tiene mucha paciencia para esperar, añadió.
- Ya he esperado demasiado aquí, le contestó notablemente consternado. Esto no está bien.
- Todos tenemos que esperar algún día, querramos o no, por alguna cosa que ni sabemos qué es.
No permitió que la mujer terminara su comentario, regresó a su asiento y tomó su equipaje. Caminó hacia la entrada más próxima, encontró a un policía y le preguntó la hora.
- Las 5:00 am, contestó mirando su reloj, ¿a qué hora sale su vuelo?
- Es que no entiende, mi vuelo debió salir ya, respondió apurado. Tengo casi una hora esperando aquí o más y no hacen ningún anuncio.
- Permítame su pase de abordar, dijo serenamente el guardia. Su vuelo sale en 50 min.
- No es posible, ya esperé demasiado. Yo llegué a tiempo. Esto no puede estar sucediendo.
- Señor, le sugiero que vuelva a la sala y espere su vuelo, no hay ningún anuncio de cancelación. Vea en la pantalla, su vuelo está a tiempo. Sólo tiene que esperar 50 minutos.
Mas no hizo caso. Sorprendido a un grado inexplicable, entró al baño. Se mojó la cara y enjuagó la boca. Se sentía extraño, asustado a cierto grado. Ya la espera era demasiada tortura, pero este no transcurrir del tiempo, esta inmovilidad temporal lo estaba asfixiando. Se peinó con abundante agua pra refrescar las ideas y poner atentos a sus sentidos. Salió de nuevo al pasillo. Las mismas personas. La misma posición en las manecillas lejanas y una consternación en aumento. Entró en la primera tienda que encontró y compró lo primero que estuvo a su alcance en el mostrador. Esperó ansioso el ticket. La compra se había realizado a las 5:00 am. Tragó saliva y un frío temblor recorrió su ser. Esto ya no era posible. Se acercó al estante de las revistas y tomó la primera que encontró. La abrió en cualquier parte y comenzó a leer. Un reportaje de cierta familia real y de dónde vacacionan ciertos reyes europeos. No le interesó en lo más mínimo, pero su intención era dejar pasar el tiempo; consientemente dejarlo pasar. Sabía que la lectura completa de aquella nota rosa le había consumido al menos 5 minutos. Volvió al mostrador y tomó lo primero que encontró. ¿Olvidó algo hace rato?, dijo amablemente la cajera. Él no respondió. Sólo esperaba el ticket. Al recibirlo lo escudriñó violentamente. La misma hora anunciaba. Lanzó un grito inesperado que asustó a la cajera. El guardia que hacía un momento le había ayudado se acercó y habló violentamente: Señor será mejor que se calme. Tomó su equipaje y decidió huir. Salir de ese lugar. Perdería el vuelo. El viaje podía esperar pero ya no más aquella espera en ese lugar donde el tiempo no avanza, donde cada segundo inamovible que no pasa, que no vive para sucumbir al paso del siguiente, lo lapidaba una y otra vez. Caminó por el pasillo que hacía un tiempo lo había conducido por ahí. Y al dar la vuelta se encontró con la sala de espera donde había estado hacía un momento. Pero ahora notó un cambio sustancial. Seguían estando las mismas personas. La anciana, el del traje gris, el joven, la pareja y la madre y su bebé. Pero ahora era diferente: el del traje gris leía, la anciana escribía en su laptop, la joven pareja escuchaba música, el joven esperaba y la madre y su bebé dormitaban, en las mismas posiciones en las que anteriormente los otros realizaban las actividades que los distinguían. Imágenes que aparecían y venían. Al pestañeo momentaneo, las imágenes se superponían unas sobre otras, haciendo parecer que la anciana se enfundaba en traje gris, que la pareja escribía en la laptop, que el bebé esperaba sentado, maduro, en su propio asiento, que la madre escuchaba música y que el mediocre tarareaba música. Un colapso temporal y dimensional atestiguaba. Tiempo y espacio definen un momento. Y él observaba cómo la realidad, su realidad, se derrumbaba, se confundía, se traslapaba un instante sobre otro. Voces confusas llegaban a sus oídos. Sonidos lejanos, indistinguibles hacían más irreal la escena. Ahora algunos agudos, ahora graves, sin alcanzar a distinguir su origen o la razón de existir que tuvieran. Igualmente la luz parecía apagarse en tonos rojisos por momentos o azulados en otros. Todo orquestado en una extraña sinfonía sin sentido que agudizaba su confusión, que incrementaba por cada segundo que no transcurría su ritmo cardíaco, haciendo que aquella sudoración que escurría por su frente lo cegara por momentos.

Corrió de ese lugar, buscando la salida. Sabía que iba en dirección de los puntos de seguridad del aeropuerto, pero no le importaba. Debía salir de esa confusión, de esa espera, de ese lugar donde el control del tiempo se escapaba de sus manos y lo hacía sentirse prisionero de algo ajeno a él. El pasillo se alargaba en cada momento. Parecía que a cada paso que daba, la distancia que lo separaba de aquella luz que era la salida se alejaba más y más, al tiempo que la luz iba disminuyendo inevitablemente a su alrededor. De pronto, oscuridad total. Silencio absoluto. Nada perturbaba la nada que existía a su alrededor, en la que yacía, a la que pertenecía en ese momento y de la cual quería escapar. Comenzó a sentir que el suelo se abría a sus pies, que lo tragaba. Un abismo que en aquella oscuridad no pudo ver, se abrió poco a poco a sus pies, devorándolo, tragándolo poco a poco sin la posibilidad de escapar. Intentó gritar, pero aquel silencio era imposible de quebrar. No pudo emitir sonido alguno. Y se sintió caer en aquella oscuridad profunda que lo alejaba de todo y lo llevaba hasta el inevitable fin donde nada existe y nada es...

Se despertó de un sobresalto. La tablet en la que hacía un momento trabajaba por poco cae al suelo. Su corazón latía con fuerza y un gota de sudor rodó por su mejilla. Miró alrededor. Las mismas personas. La anciana, el del traje gris, el joven, la pareja y la madre y su bebé. Todos seguían ahí y nadie más. Temió lo peor. La anciana se acercó a él.
- Siempre es mejor esperar el vuelo con una buena charla, ¿no le parece?, afirmó la anciana. Él la miró con cierto temor y angustia. Esto ya lo había vivido, o al menos así le parecía.
- Tiene razón. La espera siempre es mejor en compañía.
Y comenzó una plática entre ellos dos. Pasajera, irrelevante. El del traje gris cerró su laptop y fue por un café, el joven de los audífonos realizó una llamada, la pareja despertó y al instante se besaron y la madre y su bebé caminaron por la sala de espera. Luego, llegaron otros pasajeros, y comenzó a crecer un cuchicheo, aquel que implica la llegada de más y más personas. Y aquel que platicaba con la anciana y cuyo sudor ya se había secado, miró de rabillo el reloj de manecillas que estaba a lo lejos. Sólo faltaban 45 minutos para su vuelo.

sábado, 16 de febrero de 2013

Manual para visitar El Torito

Dicen que tanto va el cántaro al pozo hasta que se quiebra, o lo que es lo mismo, tanto le pica uno las patas al diablo hasta que responde. Y es verdad. Por cuestión estadística. Tanto está uno dale y dale hasta que ¡zaz!, se aparece SanJuditas y te echa el mal de ojo.

En fin, la presente entrada es un manual muy recomendable para todos aquellos que frecuentan beber y conducir. Eso de que se vuelvan más o menos ágiles en la conducción bajo los efectos del alcohol es algo que no voy a discutir, cada quien sabrá cómo se mueve cuando anda medio pedín. Aquí la cosa es revisar algunos puntos generales, y de buena fuente testimonial (ya saben, el primo de un amigo), respecto a qué es lo que ocurre si te llega a parar el tan mentado y conocido Alcoholímetro

Para los camaradas que no estén en la ciudad de México y no sepan de qué coños hablamos, el Alcoholímetro es un programa implementado en la ciudad de México, que lleva alrededor de 9 años y que tiene como objetivo disminuir los accidentes automovilísticos relacionados con el consumo de alcohol. En general, este programa consiste en que jueves, viernes, sábado y algún día extra al azar (de esto no estoy muy seguro) en horario nocturno, policías cierran parcialmente avenidas muy transitadas o donde ocurren con frecuencia accidentes automovilísticos o cercanos a bares y antros, y se hace una revisión de los conductores para saber si han consumido alcohol y si están aptos para conducir. La revisión consiste en dos posibles etapas. A la primera la llamaremos oler el tufo. Literalmente te huelen el tufo; esto es, un policía mete su cabezota a tu vehículo y te hace alguna pregunta para ver si hay rastros de alcohol en tu oloroso aliento o en la propia atmósfera de tu vehículo. Si el uniformado no detectara nada, sin problema te diría que continuaras tu camino. Si por el contrario, confiesas haber consumido alcohol o al oficial le llega el tufo, pasarías a la siguiente etapa. A ésta la llamaremos, ¡sóplale bien, carnal!. En esta etapa, te piden cortesmente que te orilles, apagues tu vehículo y bajes de él, para que posteriormente te hagan la medición del nivel de alcohol presente en tu aliento. Para ello tendrás que soplar a través de un popote que va directo a un detector que parece multímetro. Te dirán que tienes que seguir soplando hasta escuchar un "bleep" del aparato. Si le haces al buey y empiezas a fingir que soplas pero no soplas, te dirán que le soples bien, que así no va a detectar nada. La soplada correcta, que es medio prolongada, dura como unos 3 o 4 segundos y es entonces cuando suena el tal "bleep". Te retiran de la boca el aparato y a tu vista empiezas a ver cómo los numeritos comienzan a moverse, mostrando que está midiendo tu cantidad de alcohol en tu aliento. Y es aquí donde viene la parte que hace roncha: no importa si estás sobrio o bien pedo, que sigas tu camino o que te cargue el payaso depende exclusivamente del numerito que marque el aparatejo ese. Si tu medición es por debajo de 0.40 ¡que suertudo cabrón!, pero si sale mayor al 0.40, pues vete preparando para amanecer guardado en el famoso Torito

Sí, ya sé que debí escribir 0.4 pero neto para los oficiales, jueces, custodios, médicos, para todo mundo una cosa es 0.4 y otra 0.40, ya saben ustedes y por supuesto que es un rollo lo de la medición si me preguntan a mi. Primera pregunta, ¿porqué el nivel es 0.4 mg/l de alcohol? Que tu libertad de casi un día entero dependa de la medición de un aparatito pues da de qué pensar. Si estará bien calibrado, si estará funcionando óptimamente, etc., son cosas que uno se pone a pensar cuando le está soplando. Creo que al menos debería añadirse previo a la medición del aparatito una revisión visual del conductor para saber su grado de alcoholización. Si arrastra la lengua, si tiene dificultades para responder o para liar ideas, si no puede ni salir de su vehículo pues lo mandas directamente a la medición del aparatito y seguramente saldrá con los niveles disparados. Pero si pasa la prueba visual, pues lo dejas continuar su camino. Todos respondemos de manera diferente al consumo de alcohol y creo que al menos una inspección visual en primer plano sería conveniente. En fin, no estoy de acuerdo que una simple medición sea lo que decida si te quedarás guardado toda una noche o no. Bien, continuemos. ¿Qué prosigue si rebaso el mentado 0.40? De entrada, hazte a la idea que ya valió tu noche y tu día siguiente, al menos. No habrá modo de que te zafes. O al menos no tan fácilmente. Si vienes acompañado, le preguntarán a tu acompañante si bebió alcohol. Si bebió entonces le preguntarán que si se puede llevar tu vehículo. Si no puede llevárselo, o bebió alcohol o viajabas solo pues vete haciendo a la idea que tu coche se irá al corralón, arrastrado por esas pinches grúas que no se fijan si lo hacen bien o mal, le pondrán los molestos pegotes esos en puertas, cofre y cajuela y tendrás que pagar tu multa correspondiente, además de que tendrás que averiguar a cuál corralón lo llevaron. Esto es fácil. Sólo llamas a Locatel (5658111), das las placas y datos de tu vehículo y ahí te dirán dónde está. No olvides preguntar qué documentos necesitas, porque es diferente si el vehículo es particular o si es de empresa. Y necesitarás copias de esos documentos, así que si alguien te puede acompañar en coche pues qué mejor, porque luego alrededor de esos corralones no hay nada para sacar copias. Claro, de todo esto te preocuparás después de que salgas de tu encierro en el Torito.

Después de que te hicieron tu lectura en el chupómetro y que rebasaste el 0.40, el médico que está ahí en el retén levantará el reporte. Te pedirá tus datos generales, que de dónde vienes, a dónde te dirigías, cuántos tragos te tomaste (siempre son entre 2 o 3 cervezas). Te dirán que según el reglamento de la ciudad de México, violaste el artículo tal porque manejabas con un nivel elevado de alcohol e incurriste en una falta, por lo que deberán trasladarte ante el juez de lo civil para que te dicte la sentencia que deberás purgar. Por cierto, y antes de continuar, debo decir que no hay modo que des mordida. Hay como 30 personajes en los retenes, además de cámaras de video. Es imposible llegar a un acuerdo con alguien. No hay modo. Yo lo entiendo de esta manera: este es un programa que quiere hacer lucir a la ciudad de México como de primer mundo en prevención de accidentes vinculados con el consumo de alcohol, por ello debe evitarse a toda costa la mordida. Habiendo 30 sujetos, ¿a quién sobornas? En fin, pueden intentarlo pero lo único que podrían ocasionar sería empeorar su condena. Ya con tu reporte en mano de algún oficial, te introducirán en uno de sus vehículos y empieza el viaje. Si te estas miando, que suele ocurrir después de venir de una fiesta, pues les dices "oficial, me estoy miando, ¿qué hago?". Si el oficial está de buenas, seguramente te harán casita y te dejarán orinar en plena vía pública. Total, ya te vas detenido, mejor que vayas cómodo. Una vez dentro del vehículo y con dos o tres policías únicamente, pues puedes intentar el soborno, pero no servirá de mucho: el reporte está levantado y ya te están esperando en el Torito. Y ahora en la patrulla, te llevarán a otro retén y a otro, no sólo para llevarse a otros detenidos como tú, sino porque en uno de esos retenes se encuentra el juez que te dictará sentencia. La sentencia mínima es de 20 horas de arresto. Y es aquí donde viene la otra nota importante: si ya te agarraron y vas bien pedo o estás encabronado, neto, no te desquites con los oficiales ni hagas desmadre. Si levantan la queja que te pusiste necio, que no puedes ni hablar o que vienes muy mal, el juez puede ponerte una condena mayor a la mínima. Y ahí sí está cabrón. Conozco testimonios de tipos que se gritonearon con un policía o lo empujaron o le aventaron los condones a la juez al estar encabronados y les dictaron 36 horas por sus escenitas. Ya te ensartaron. Ni modo. Mejor sereno y tranquilo. Una vez que te presenten ante el juez, te toman tu declaración, firmas, firmas, firmas y te dictan tu sentencia, esperando, neto, que sea la mínima. Es a partir de este momento que empiezan a contar tus horas de arresto. Si desde que te detuvieron hasta la hora en que te llevaron ante el juez pasaron 2 o 3 horas, pues qué mal pedo. No cuentan. Empiezan a contar hasta que tomaron tu declaración y que el juez dictó sentencia. 
Ya con tu sentencia, tu siguiente parada es el Torito. Durante todo este momento, puedes hacer llamadas y mensajearte con tu gente usando tu celular. Si tienes que avisarle a alguien que no vas a llegar, pues hazlo. Los policías no te dicen nada. A menos, insisto, que te pongas necio y que te sientas la influencia más potente en medio oriente. Avísale a alguien lo que te pasó, no para que mueva sus influencias y te saque, sino para que alguien sepa dónde estás y no empiecen a pensar cosas extremas, como que te levantaron, andas en tu desmadre o de plano sufriste abducción por un ovni. También te sirve para que te vayan a visitar a tu encierro. Son al menos 20 largas horas que tendrás que pasar ahí dentro, dependiendo de tu condena. Una vez que llegas al famoso Torito, ubicado muy cerca del metro Tacuba, lo primero que te harán será leerte la cartilla de las reglas generales de ahí adentro. Obvio, te las recita un custodio mal encarado. Respeto aquí, respeto allá. "No vienen a curársela señores, ni vienen a dormir, vienen a cumplir una condena", es lo primero que te dicen. Y es en este punto, cuando has ingresado al Torito donde ya tienes que apagar tu celular. Ya no puedes comunicarte con el exterior porque ya llegaste al centro de sanciones administrativas. Te pasarán con el médico legista para ver cómo llegas y después a la "aduana", no se si se llame así, pero es donde tienes que entregar todas tus cosas y que serán guardadas hasta que salgas: agujetas, cartera, celular, cinturón, reloj, dinero, todo, absolutamente todo, no puedes meter nada a tu encierro. No te preocupes por tu cosas, mientras se van guardando, se va enlistando una por una detalladamente. Nada se pierde. Al menos eso me han dicho jeje. Y cuando entregas todo, y tienes tu recibo, es cuando un custodio grita: ¡Ingreso!, anunciando que ya vas para adentro.

Ahora a pasar el tiempo. 20 horas cuando menos. Te dan tus tres comidas que tú sabrás si consumes o no. En la comida te ofrecen la famosa pancita para la cruda. Después de comer tienes que lavar tu batea donde te dan tu comida. Y auténticamente es como batea de cerdos, me han contado. Los baños no son un ejemplo de limpieza pero al menos están más limpios que los de ciertas plazas, aunque eso sí no tienen puertitas por si quieres un poco de privacidad para cagar a gusto. Te pasan lista dos veces, en la mañana y luego en la noche, y te repiten que no puedes tener celular, ni dinero, ni cadenas, ni aretes, ni nada. Si los tuvieras te invitan a que los entregues. En ningún momento te dejan dormir. Te mantienen despierto además de que no hay mucha comodidad. Y también esperando que durante tu encierro no haga mucho frío, o lleves un buen abrigo, porque eso de usar las cobijas seguro enchinchadas pues no es muy buena opción. En algún momento te hace una entrevista el de trabajo social. ¿Casado?, ¿soltero?, ¿algún familiar sabe que está aquí?, ¿cuánto alcohol consume a la semana?, etc. Ya sabrás tú que contestas. Y es aquí donde te indican a qué hora saldrás, para que se los comuniques a tus familiares, o vayas previendo cómo saldrás de ahí. Es Tacuba y los rumbos están feos. Durante tu encierro te pasan películas, obvio de superación o relacionadas con el alcohol, o te dan chance de estar en la biblioteca donde puedes perder el tiempo leyendo algo. La biblioteca es atendida por una señoras muy lindas que en todo momento te regañan como si estuvieras en la primaria. "A ver chicos, no quieren que llamemos a los custodios, ¿verdad?, así que mejor calladitos y no pueden salir sin permiso". Porque cabe mencionar que es un centro de sanciones administrativas, o sea, cae de todo. Compartirás encierro con franeleros, teporochos, los que andaban moneando o indigentes. Y por supuesto, no falta el wey influyente, de traje y toda la onda que está esperando que llegue su abogado con su amparo, que se pasea de un lado a otro mirando con desprecio a uno que otro valedor. El amparo no sirve, a menos que tengas una urgencia impostergable. Es para lo único que sirve, para cambiar la fecha de tus horas de encierro, pero de que tienes que pagar las horas de tu encierro pues lo tienes que hacer. Y de manera increíble, hay una tiendita adentro del torito. Sí, increíble. Venden de todo, bueno lo de una tiendita pues. Papitas, maruchan, refrescos, por si prefieres comer algo de ahí y no de lo que te ofrecen. Lo que pidas, te lo anotan en una lista y cuando la tiendita cierra pues te pasan a la aduana, donde dejaste tu dinero y ya liquidas. Si necesitas comunicarte con tu gente, desde adentro hay teléfonos públicos que funcionan con tarjeta telefónica, que es lo único que te dejan pasar. El horario de visitas es de 3 a 5 si mal no recuerdo. Digo, me han dicho. Te pueden traer comida tus familiares y pues también es bueno que te visiten para perder el tiempo, para distraerte. También te pueden llevar papel de baño, porque en algún momento te entregan un poco de papel y te hacen firmar; claro, son como cinco cuadritos. Obvio no faltan los testimonios de AA para ayuda y en la tarde hay misa por el grupo de católicos laicos, porque según ellos, todos somos laicos desde el momento en que recibimos el bautismo. Ni yo entiendo eso que dijeron, pero así dijeron. "Nosotros no somos religiosos, que quede claro. Nosotros somos laicos, porque todos somos laicos desde el momento en que recibimos el bautismo. Ahora recemos...". Después de la cena que se sirve a las 7, te vuelven a pasar lista. Y después de las 8 ya te pasan a las celdas. Prácticamente durante tu estancia sólo estás al final en las celdas, cuando es la hora de dormir. Y así. A seguir perdiendo el tiempo con los cuates que ya habrás hecho ahí. A esperar que alguien grite tu nombre y la neta sí son puntuales. Bueno, eso me han contado.

Cuando gritan por fin tu nombre, pues pasas nuevamente con el médico legista para que firmes en qué condiciones sales. Te entregan tus cosas, firmas, firmas, firmas y ahora sí, a salir y ver si alguien te espera afuera.

Pues espero que esta narración del primo de mi amigo les sirva como previo si es que algún día tienen la mala fortuna de caer en el Torito. Es algo que no se lo deseo a nadie. Es una weba total de perdedera de tiempo. Y si ni pedo vas, pues peor. Aunque pensándolo bien, lo peor sería llegar ahí bien pedo. ¿Cómo te la curas? ¡Sería espantoso! Bueno, creo yo. Porque de todo esto, pues a mi me lo contaron.

Anécdotas cagadas.
  • Nunca falta el wey influyente que en todo momento quiere hablar con el sargento, y no para de preguntar si ya llegó su abogado.
  • ¡Aguas con el NegroPingaGrande!
  • En todo momento quieres saber qué hora es.
  • No falta el wey que ya ha caído más de tres veces por la misma razón y que se las sabe de todas, todas.
  • Jeje tampoco falta el wey arrepentidísimo: "No mames, yo iba a ponerle con mi vieja y mira dónde acabo. Me encabroné tanto que le aventé los condones a la juez y me aventó 28 horas de encierro. Pero la neta no vuelvo a beber, me cae de madre. Si me viera mi jefe, santa madriza que me daría. A ver si no me corren de la chamba".
  • Tampoco falta el wey que nunca bebe, y que ese día bebió tres cervezas, llevó a sus padres a una fiesta y mira donde acabó, con una lectura 5 veces mayor que la permitida, y totalmente sobrio, sin entender cómo pudo ocurrir.
  • He escuchado varios testimonios y relatos de AA en otros lugares, pero nunca tan crudos como los que escuché aquí.
  • Chingón que lleguen los de Clínica Condesa a dar su plática, la cual la dio una señora. Abierto, claro y sin tapujos. No faltaban los weyes que se reían.
  • Muy cagado que cuando ya gritan tu nombre y que anuncia que ya sales, todos tus compañeros te aplauden y echan porras.
  • Que tus familiares durante la hora de visita te hayan llevado un rollo de papel de baño no tiene precio.
  • Que a tu salida, tus compañeros de celda te griten: "¡No mames, deja el papel de baño!", y tú contestes: "¡No mames, me lo encargaron!" , jeje es una reverenda mamada y no tiene precio.
  • Que al final salgas y te estén esperando tus cuates con los que ibas en la peda y traigan cara de "wey, discúlpanos", además de un pomo, un balón de los Raiders y una bolsa de Chachitos de regalo, pues tampoco tiene precio.
  • Que llegue tu cuate con su ex y ella te quiera regañar, pues tampoco tiene precio. Casi puedes pensar que tu infortunio los reunió otra vez.
  • Y que también llegara el wey con el que siempre andas de pedo y concluyas: ya me tocaba.
  • ¿Es un mito el NegroPingaGrande? ¡No, no es un mito! ¡Aguas!
FIN...


¿O no?