Yo no discrimino.
A todos sonrío y saludo; lo mismo a los blancos o pintos,
chaparros, pardos o verduzcos.
Pero me crispa la pelambre cuando, de entre sus torcidos divanes,
¡la vida me pone frente a un zurdo!
¡Un paso atrás cuando con uno me cruzo!
¡Malaya la vida que en mi camino te puso,
hechicero de lateralidades!
¿¡Qué trucos oscuros escondes bajo tu mano siniestra!?
¡Ente asimétrico de los abismos quirales!
¡Émulo de Belial!
¡Esbirro de Satanás!
¡La hoguera, incapaz sería, de construir la operación de inversión a tu propia simetría!
¡Comparsa de Moloc!
¡Cruz, cruz, que se vaya el diablo y venga Jesús!
En el aquelarre levógiro, ¡seguro conjuras contra la herejía, desleal dextrógiro!
Se mezclan entre nosotros y,
para el ojo inexperto,
pasan como tu amigo,
o tu novio, o tu vecino,
¡o viaja contigo en el metro!
Mas tienen los zurdos enemigos mortales,
que pueden mostrarnos su natural desfase.
No es el rezo, ni los rosarios,
ni imágenes ideales especulares:
¡es la taza, el lápiz o la libreta!,
objetos místicos ancestrales,
lo que desvanece con presteza,
el manto trémulo que los preserva,
que los arrincona, los evidencia, y los hace inquirir:
"¡maldita sea el espiral de la libreta!".
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