jueves, 6 de agosto de 2009

Crónica de un predoctoral anunciado...

Ayer, miércoles 5 de agosto desperté sin ayuda de mi celular, que en los úlitmos días venía haciendo el trabajo madrugador puntualmente a las 5:20. Eran las 4 y media de la mañana y sabía que no podría volver a dormir, aunque yacer sobre la cama con los ojos cerrados repasando las Transformaciones de Lorentz y las Ecuaciones de Maxwell en forma covariante no se le puede llamar precisamente dormir. Salí de mi casa con rumbo a ciudad universitaria justo cuando sonó la alarma de mi celular. Un café en el 7&11 de Copilco para enterarnos que Blanco quiere regresar al América pero sin un tal Bauer que no se quien será, fue suficiente para darme cuenta que hacía más de tres semanas que no había podido dormir seis horas contínuas. En cinco horas más sabría si debería replantearme hacia dónde dirigir mi futuro o si continuaría con la vida de esfuerzo, sufrimiento y sacrificio que demanda el estudiar el Doctorado en Ciencias en el Instituto de Física de la UNAM.
A las 8:30 de la mañana, repasando en el Jackson el capítulo de Radiación multipolar me dí cuenta que otra vez comenzaba a temblarme la mirada; no podía enfocar bien y que me sudaban las manos de forma descomunal. "A la chingada, ¡ya lo que salga!", exclamé mientras cerraba el texto obligado de Electrodinámica Clásica que mantiene una estrecha relación con el Johnny Walker (en ambos casos hay versión, black, red and blue) y me estrujaba la cara sin acordarme que ya uso lentes. Saqué de mi escritorio ese libro de Genaro Villamil que habla de Peña Nieto y empecé a leerlo; conseguí relajarme un poco a costa de enojarme por las maquinaciones perversas entre las televisoras y el hijo pródigo del no-político-pobre atlacomulqueño (o atlacomulquense, whatever).
El día anterior, martes, había acreditado Mecánica Cuántica a pesar de que me habían suspendido el examen oral, que era el lunes, porque un sinodal no estaba presente. ¿Saben lo que se siente? El condenado al paredón esperaba esta fecha; él mismo se había vendado los ojos y ya parado en la pared esperaba resignado el "preparen, apunte, ¡fuego!"; y hora y media después despega un ojo de la venda y pregunta qué pasa, y el batallón le dice que mejor mañana lo fusilarían porque les hacía falta un elemento; no sería correcto. Mi cita con el otro triunvirato que evaluaría si sí o si no podría continuar con lo que vengo haciendo desde hace más de tres años era a las 9:40 de la mañana en la sala Carlos Ruíz Mejía. Cuarenta minutos después la puerta se abrió para ver salir a mi antecesor en juicio. "¿Cómo te fue?", "¡bien! eso creo, pero mejor no me hago ilusiones". Cinco minutos de incómodo silencio después se volvió a abrir la puerta invitando a pasar al que recién había salido. Un minuto después salía con una sonrisa en la cara, deseándome suerte mientras se alejaba mostrándome el pulgar de su mano derecha cerrada y la puerta de la Sala Carlos Ruíz Mejía cerrándose lentamente por el sistema automático. Una eternidad después, que duró un par de minutos, se volvió a abrir la puerta. El Dr. Jacques Soullard miró hacia ambos lados del pasillo y me preguntó en su español afrancesado "¿Francisco Hidalgo?, adelante por favor". Entré al salón del juicio sumario, corriendo hacia donde se encontraban las botellas de agua porque para ese momento mi garganta estaba seca como un desierto, mientras la puerta de la Sala Carlos Ruíz Mejía lentamente se cerraba.
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Durante los últimos meses he sacrificado todo. He dejado de ver a mi familia, a mis amigos, a mi pareja e incluso he descuidado mi trabajo que de no ser por mi jefe, y por la benevolencia del sistema público, ya me hubieran corrido. No he ido al cine, tengo una pila enorme de libros y películas que he comprado y que no he abierto siquiera. "Es injusto que te hagan esto", me dijo un chavo que había reprobado Mecánica Clásica y se desahogaba conmigo; "los sinodales no entienden por lo que uno pasa; uno está aquí, viene de provincia, sobrevives por la beca que te da CONACyT, y después de todo tu trabajo te digan 'no estás preparado, aún te falta'; ¿qué voy a hacer ahora? yo estoy solo aquí en la ciudad, no tengo familia, ya perdí la beca, si quiero continuar ¿de dónde voy a sacar dinero?". No pude decirle nada. Son dos semanas, lo que durán los exámenes, de una tremenda tensión en el ambiente.
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En fin. Hoy es jueves 6 de agosto. Estoy en casa de mi madre disfrutando de un buen café. Mientras escribo esto me doy cuenta que la mirada me sigue brincando. Espero salir en la noche con algunos amigos a embriagarme. Se acabó todo. Disfrutaré de una merecidas vacaciones los siguientes cuatro días. Necesito relajarme. No mucho, porque la siguiente semana comenzamos de nuevo. Ya acredité dos predoctorales. Faltan otros dos en enero. Lo logré.

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