La tarde es fría mientras camino por la ciudad de México. Un viento atípico en los últimos días rasga mi rostro y los últimos momentos del último día del último mes del año 2011. Mis pasos son vigilados por el Angel de la Independencia y la Diana Cazadora. Camino sobre el Paseo de la Reforma. Es una calle preciosa. Me encanta recorrerla más por la tarde que de día o de noche. Y en invierno. Es en esta época cuando su belleza escondida surge de su interior, brotando y salpicando a todos los que tenemos la dicha de recorrerla. Esa belleza no se debe a los adornos navideños. Por supuesto que no. Los tonos marrones que pintan sus cielos, bordeados por los edificios, palmeras y esculturas, me brindan una alegría y optimismo como en ningún otro lugar.
Mis pasos me llevan a una plaza comercial cerca de Insurgentes. Recorro sus pasillos y encuentro una librería. Entro y echo un vistazo. La tienda está relativamente desierta. Todos atiborran las tiendas de ropa, de juguetes y de alcohol. Nadie regala libros en estas fechas, o quienes lo hacen son los menos. Sólo una vez he recibido por obsequio un libro y no fue muy de mi agrado: aunque admiro su trabajo, Rius no entra en lo que yo considero "libros". Decidí comprar un par, aunque al final fueron tres en total. Presentes para mí. Un par de clásicos que no he leído y que tarde o temprano hay que hacerlo: Los Miserables de Victor Hugo y Ana Karenina de Tolstoi, además de una colección de cuentos de Borges. Siempre que alguien con quien compartía mi vida me preguntaba qué quería de regalo de cumpleaños o de navidad, siempre daba al menos diez títulos de libros, incluídos los dos primeros. Luego me preguntaban por películas y discos, y al final me regalaban una bufanda o una taza. ¿Para qué molestarse con tanta pregunta entonces?
Al pagar en caja el trío de tesoros, recibí el mismo comentario de los últimos días al hacer cualquier compra. "Feliz año nuevo", musitó el empleado. "¡Ah, es cierto!, dije en tono de suma felicidad, ¡feliz año también para ti!". Mi audaz comentario, aunque en tono sorpresivo, logró arrancarle una sonrisa nerviosa al empleado. De esas sonrisas que significan "que ya se aleje este sujeto". Eso me alegró el momento.
Volví a caminar por los pasillos del centro comercial y encontré un café. El segundo mejor lugar para sentarse a pensar. El primero es un buen bar sin tanto ruido. Ocupé un lugar alejado del ir y venir de los clientes, en una mesita afuera del establecimiento. Una chica llegó a atenderme. Pedí un express doble seguido de un americano. "Enseguida", respondió la chica mientras me veía directamente a los ojos y sonreía. No entendí si me quiso decir algo con la mirada. Abrí mis recientes adquisiciones y hojeé los dos clásicos. No dediqué a esto más de un par de minutos. Pero Borges dedicó toda mi atención. Comencé a leer un primer cuento suyo. A la mitad de mi lectura, regresó la chica con mi orden. "Creí que primero querrías tu express doble; en cuanto me digas te traigo tu americano", me dijo sonriendo. Me agradó su sonrisa, se lo agradecí y volví a mi lectura. Terminé de leer ese primer cuento, junto con mi express, y cerré el libro. Borges me resulta increíble, fascinante. En sus cuentos, nunca encuentras un adjetivo de más. Él ejemplifica como nadie la máxima de "vale más encontrar el sustantivo perfecto que colgar adjetivos de más". Saqué mi libreta y mi pluma, las que siempre llevo conmigo, dispuesto a comenzar a escribir estas líneas. Le pedí a la chica que me trajera mi americano, lo cual hizo inmediatamente y ya sin la misma sonrisa anterior, pues ésta ya la disfrutaban un par de chicos en otra mesa. Y sonreían con ella. Eso me alegró.
Y comencé a emborronar mis pensamientos. Un año más que se iba. Un año dificil, de extremos, como han sido los recientes. Todos los años hago un recuento de lo pasado en el año. Atesoro lo bueno y lo malo. Toda experiencia es provechosa. Cosas muy buenas, seguidas de cosas muy malas. Sonreí cuando recordé alguna cosa curiosa. Me emocioné con algún triunfo ocurrido. Y cuando vinieron los momentos tristes, difíciles, dí un buen sorbo al café caliente para confundir la lágrima que derramaba con el dolor provocado por la quemadura en mi boca. Sigo sin creer que hay alguien que no volveré a ver en esta vida. Alguien con quien compartí todo y que ha partido de este mundo. Nos separamos hace más de un año. Cada quien que siguiera su camino, sin rencor y en buenos términos. Y al estar ahí en su sepelio, no creí que fuera quien estuviera en esa caja. La muerte ha pasado rozando mi vida y dejó mella. Pienso firmemente en escribir mi primer elegía. La primera y seguro que no será la última. Pero también pienso en ti que ahora has llegado a mi vida. Justo cuando sentía esa profunda pérdida llegaste tú. ¡Qué ironía encontrarte! Y que alegraras mi vida en esos momentos tan difíciles lo fue más. Lo que dure, ha de durar, siempre me he dicho. Y mientras dure, a ser feliz, juntos, si así lo quieres.
Bebí los últimos residuos de café y guardé mis cosas. Mi vista se alejó hacia la salida de la plaza comercial y suspiré con una mezcla de melancolía y resignación, y quizás un poco de esperanza. Esperanza. Eso es raro en mí. ¿Qué gozo puede haber en la vida cuando al mismo tiempo encuentras o provocas tanto dolor? Caminé nuevamente sobre Paseo de la Reforma hasta alcanzar mi coche. Ese olor a invierno nocturno sobre esa calle es inigualable. Quizás sea la última vez que lo percibo. Todos los días siempre pueden ser el último de hacer algo. Y no nos damos cuenta.
Ahora estoy tecleando mis emborrones. Terminando esta entrada del blog. Los emborrones que habían estado revoloteando en mi cabeza los últimos días y que no escribí en mi libreta. Porque no salí de mi casa. No caminé por Reforma, ni me sonrió esa chica, ni me quemé la boca mientras lloraba. Me quedé aquí, frente a la computadora, escribiendo y pensando, mientras el olor de la cena de año nuevo llena la casa de mi madre. Pienso en todo lo bueno y en todo lo malo de este año, y ahora no me quemo para justificar mis lágrimas. Pienso en mis amigos y les deseo lo mejor. A todos. Los vea o no. Pienso en sus males y tristezas y espero que pronto se solucionen, que alcancen la tranquilidad y el remanzo ordinario que existe en la vida, como yo espero que ocurra en la mía. Pienso en mis muertos y busco una resignación dificil del alcanzar. Y a punto de apagar la computadora, recibo tu primer mensaje de la noche. Creo que tenemos futuro si tú así lo decides. Pienso que tú me alegras la vida como hacía tiempo que no lo hacían. Lo que dura, ha de durar, pienso nuevamente. Espero que tú sí me regales a Victor Hugo o a Leon Tolstoi. Y pienso en el olvido en que tengo a muchos de mis amigos. Y también pienso que ya es una entrada suficientemente larga para celebrar que sobrepasamos las 5 mil visitas.
¡Feliz año a todos! A los que lean este blog, a los que lean esta entrada. Y a los que no, pues también.
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