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Me encuentro a más de 30 mil pies de altura sobre el océano pacífico, surcando por las latitudes de Perú segqramente. Voy en mi vuelo de regreso a mi ciudad, México, tras una estancia de casi 20 días en Santiago, Chile.
Hace una semana había escrito una entrada para el blog. Una entrada que hablaba de lo feliz que me sentía en Santiago, de la hermosa vista y del extraño sentimiento de no añorar mi casa. Lamentablemente ese borrador que había guardado, se borró y sigo muy encabronado con blogspot por eso. He tratado de recordar todo lo que escribí en aquellas líneas de Santiago y de lo que sentía en ese momento. Las emociones cambian con las experiencias y bastaron unos días más para conocer mejor la ciudad de mi visita. Lo que escribí en ese momento será muy diferente de lo que pueda rescatar hoy. Estará inundado de nuevos datos, nuevas emociones y nuevas vivencias. Sería otra historia del mismo momento, pero escrita por alguien más, por mi yo posterior. Por eso mi rabia crece sólo de pensar en esas palabras perdidas.
Pero tratemos de hacerlo, al cabo que quedan cerca de 6 horas para aterrizar. Vine a Santiago a un congreso-taller de metodologías teóricas para el diseño de nuevas fuentes de energía. En realidad jo quisiera hablar mucho de eso. Prefiero hablar de lo que viví aquí. Santiago me recuerda mucho a México aún ahora que ya lo he dejado atrás. Su prisa, sus calles, su metro, sus primeras planas de los periódicos, sin olvidar su tránsito en hora pico y la amabilidad de su gente. Un domingo que logré escaparme de los compromisos sociales de estos congresos, recorrí en solitario su centro. Su plaza de armas, junto a su catedral fueron testigos de mis pasos. Con 34 C de temperatura, entré a un restaurante donde bebí 3 litros de cerveza sin conseguir, al final, sentirme ni un poco ebrio. Como conseguirlo, si la cerveza bien fría que me entregaban a los 10 minutos ya se había calentado. Había que hacer el enorme sacrificio de beberla rápido.
Ahí empecé a escribir ese borrador que menciono y que ha desaparecido para siempre. Ahí recapacité de que las mujeres chilenas no son tan guapas. Recuerdo que cuando visité Zacatecas, la belleza de la mujer la encuentras en todos lados. En cambio, con los caballeros en Zacatecas no valía la pena voltear a ver a nadie, puro y total espanto. En cambio, aquí en Santiago, qué decir, un wow se queda corto. Caballeros muy galanes por supuesto, al estilo argentino pero sin tanta mamonería. Realmente un gusto caminar y voltear en todo momento ante tanta belleza. Como siempre he dicho, debería prohibirse la belleza o compartirse para todos. En ese mismo restaurante donde disfruté de la sombra y de unas excelentes cervezas Escudo, resultó un gusto el mesero que me atendió. No diré más allá de que tenéa una mirada y sonrisa de 10 pues. Bastará con eso para asegurar que ganas no me faltaron para volver ahí, aunque no regresé.
Durante todo el tiempo que estuve en Santiago, me desplacé en metro. El congreso me pagó absolutamente todo y el metro era la mejor opción para ir a la universidad desde mi hotel y regresar en la tarde. Alrededor de 18 pesos mexicanos cada viaje. Ahí entendí mejor el problema de educación universitaria que vive todo Chile. Carteles por todos lados anunciando ser tu mejor opción para estudiar, desde técnico universitario hasta licenciado en algo. Entendí que en Chile no existe la figura de educación pública. Si quieres estudiar la universidad, tienes que pagar. Un taxista me confirmó además que las universidades son muy caras. El gobierno ofrece unos vales justamente para ayudar a la población a sus estudios, pero al final se tiene que pagar. Esos famosos vales que Calderón implementó en días recientes en México, ¿en qué benefician a la educación universitaria? En todo menos en una mejor educación. Toda la propaganda de ser "tu mejor opción" de carrera universitaria, es con la única intención de que te inscribas con ellos y dejes tu vale universitario ahí. ¿Donde está la garantía de una educación de calidad? No hay manera. Hasta el grupo Icel, tan famoso por tierras aztecas, se anuncia ofreciendo la doble titulación México y Chile, con tal de recibir vales. Por supuesto, tanto esplendor con Icel, pues no te la crees.
Visité una de tantas casas de Pablo Neruda. Pude ver sus borradores y me sentí sumamente afortunado. inspirado diria yo. Alcancé a escaparme varias veces después del congreso y conseguí hacer lo que más me gusta. Caminar por bellas calles, observar a la gente y escribir. Escribir. Escribí mucho para estar tan ocupado, aunque fueron borradores, no como los de Neruda, pero sí míos, que habrá que arreglar en algún momento y compartirlos con los que quieran leerlos. Total, uno escribe para que a uno lo lean. ¿Qué razón tiene el pintor de plasmar en sus lienzos su canto, si nadie mira sus caminos, valles o llanos?
Pisé las calles de Santiago, como escribió hace algunos años Pablo Milanés. Tantos carabineros en las calles me parecen ser parte de una época no muy lejana de la actual de Santiago. Su gente silenciosa y tranquila. Creo que no recuerdo risas de la gente en lugares públicos. Creo que aún se respira eso que en otras latitudes se llamaría miedo. No hace muchos años este pueblo fue objeto de una brutal dictadura. Una dictadura militar que en muchos aspectos sigue vigente. Un profesor de la Pontificia Universidad de Chile, donde se llevó a cabo el congreso-taller me contó una historia increíble. Me decía que el presidente de una comunidad de Santiago, de posición derechista, acababa de organizar un homenaje público a un asesino y torturador de la dictadura. Le pregunté que cómo podía ser que eso ocurriera con los avances democráticos en Chile. Su respuesta fue peor: el mismo municipal fue un asesino de la dictadura, pero esa comunidad de Santiago, al ser de derecha conservadora, lo sigue reeligiendo contínuamente porque para ellos ha sido un gran municipal.
Esta historia de tener los dos extremos de la misma moneda me sorprenden. Por un lado, se encuentran los que pretenden juzgar todos los crímenes que una dictadura monstruosa e inhumana cometió. Pero por otro lado, no sólo se encuentran los que justifican la dictadura sino que además la defienden y piden la vuelta a aquellos tiempos. Una idea repugnante que me revuelve el estómago. Lo mismo me ocurre con aquellos que en México tratan de defender los más de 50 mil muertos y contando de la absurda guerra contra el narco que emprendió Calderón. Quizás es cierto que en Chile se instauró la democracia, y la voz del pueblo chileno, de cierto modo igual que en México, se hace escuchar. Pero la transición democrática quizás en nada ayudó a eliminar todo el aparato represor de la dictadura. Cualquier presidente quisiera tener controlado, sumiso y vigilado a su pueblo, sin importar su afiliación ideológica. Lo mismo un Hitler que un Stalin, lo mismo un Castro que un Salinas. Contaré una anécdota que aún ahora no la puedo creer. Algunos de los que asistíamos al congreso, decidimos organizar una salida a algún sitio típico de la ciudad de Santiago, con la guía de un par de ellos que eran de aquí. Nos llevaron por el centro de la ciudad, a algo que en México podriamos decir que era una pulquería o cantina rural. Imagínate un lugar como vecindad donde en cada corredor entre macetas y mesas viejas pudriéndose, la gente bebía la especialidad de la casa, terremotos, vino de mala calidad con granadina y nieve de vainilla, una verdadera asquerosidad. Bueno, a mí no me gustó, y eso que estoy acostumbrado a puro TonyAya, jeje. En ese lugar unas teporochitas como nuestras clásicas Guayaba y Tostada me chulearon y chulearon a muchos de mis compañeros. "¿Qué ventana dejó Dios abierta, que se le escapó tantk angel?", me preguntaron entre risas coquetas. ¡En la madre!, sólo una risa nerviosa pude decir. El lugar apestaba a orines y a gente pordiosera. Un verdadero agujero que de saber que iríamos ahí jamás habría aceptado. A la salida y por la experiencia que tengo, decidí ser el último en la fila del grupo en salir, para vigilar a mis compañeros que veían un antro de folclore donde yo veía peligro inminente. ¿Y cómo no?, si nuestro grupo lo integraban gringos, orientales, brasileños rubios y nos encontrabamos en medio de un auténtico agujero del demonio. ¡Que pinche exagerado!, pero así lo vi yo. Cuando todos mis compañeros abandonaron el lugar por la puerta principal y yo me encontraba en el primer patio, aparecieron dos carabineros, con su impecable uniforme caqui. ¿Qué hace aquí la policía?, fue lo primero que pensé. ¿Dónde quedó aquel letrero tan famoso en México de "se prohibe la entrada con uniforme"? Los carabineros entraron como dando su rondín, haciendo que poco a poco las risotadas de ese lugar bajaran de tono. De pronto, de algún lado salió un silbido, sin significado alguno para mí, pero para los uniformados no. Súbitamente detuvieron su paso y miraron a su alrededor con gesto autoritario, vociferando que si no podían decirlo de frente y que sólo por la espalda eran buenos. El lugar, colmado de unas 200 personas guardó silencio. No hubo una sola voz que se atreviera a interrumpir el paso poderoso del par de carabineros que ni siquiera habían desenfundado. La inmensa mayoría de los presentes miraba al suelo o a las paredes y por lo que alcancé a ver nadie siquiera se atrevió a mirarlos a los ojos. Yo lo hice mientras salía un poco asustado del lugar. Jeje, un poco asustado. Que puto me oí, pero pos es la verdad, ¿cuándo en la ciudad de México ocurriría eso? No me pasa por la cabeza que algo así pudiera ocurrir en Tepito o la Merced. Allá llegarían sólo en operativo 500 uniformados encapuchados y con automáticas en mano.
Visité un museo especial en Santiago. El mismo profesor de la PUC me había dicho que no me lo debía perder. En Plaza Italia le pedí informes a los carabineros de cómo diablos llegar. Uno me dijo que ese museo no existía, que ni siquiera aparecía en la lista del folleto turístico, y eso que ahí aparecen todos los museos de Santiago. Sin embargo, otro de los carabineros usando su Iphone decidió buscarlo en la red. El Museo de la Memoria, indiqué. Y después de hacer una busqueda, me dijo que sí existia, lo cual soprendió a su compañero y me indicó cómo llegar, a la salida de la estacion de metro no recuerdo cual. Nunca había llorado al recorrer un museo. Lloré no sé cuántas veces. Aún ahora que recuerdo lo que vi ahí, se me anuda la garganta y suspiro entrecortadamente y mis lágrimas salen de mis ojos. Creo en el hombre por el hombre por encima de su propia explotación. Creo en el deber social por encima del interés capital. Soy socialista o comunista de cierta forma, todos lo saben. Y lo que vi y viví en ese museo es una experiencia que todos debíamos sentir. "Para que no vuelva a pasar, conocer la verdad", más o menos así decía uno de tanto carteles. Lo dejaremos para otra entrada la narración de ese museo. En verdad, no exagero el profundo dolor y tristeza que me causó. Y que me provoca ahora recordarlo.
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