martes, 31 de julio de 2012

Noche extraña

"Puedes ir de acá para allá, pero mientras tú no estés bien, nada de lo que te rodea lo estará".

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Son las 12:15 am en Roma, Italia y las siguientes líneas me las digo frente al espejo, después de poner en el respaldo de la silla mi costoso sombrero blanco que me ha engalanado durante mi estancia romanesca, cuyo valor asciende a la inalcanzable cifra de 4 euros. Los accesorios son caros y verse bien lo es más, pero vale la pena (...). Estoy regresando a mi hotel después de caminar unos 3 km desde un bar, cerca de la Plaza de San Pedro, disfrutando una increíble y fuerte cerveza italiana, similar a una Guinnes, sólo que menos achocolatada. A cualquiera que me conozca no le sorprenderá que haya caminado tanto por una cerveza. Quizás le sorprenda que regrese temprano, pero lo totalmente sorpresivo es que haya tenido compañía. Efectivamente. No disfruté el trago en solitario, ni nos conocimos ahí en el bar: quedamos previamente para ir a cenar y después por unos tragos. No fue una cita. Fue una invitación de alguien que sabiéndome en Roma, y solo, decidió invitarme a cenar un día durante mi estancia, acompañado de su novia.

¿Puedes creerlo? ¿Yo disfrutando la cena y unos tragos con alguien totalmente desconocido hasta hace unos días para mi, sin la menor intención de sacar provecho en ningún sentido más que por el gusto de compartir y de, quizás, ser solidario, afectivo, amistoso y amable? Debo ser sincero que estas palabras no son las más asiduas de mi diccionario, pero el compartir unas horas con una italiana (extraordinariamente guapa por cierto) y de un irlandes en un pub en Roma fue una experiencia impensable para mi. Soy de los que estando fuera de su ciudad, o incluso en la ciudad de México, sale a algún bar con su libreta en mano y pide trago tras trago hasta embriagarse y se mantiene escribiendo afanosamente, hasta que algún motivo extraordinario arranque su atención en ese momento: un caminar, una voz, un aroma, una presencia.

Soy malo para conversar. La gran mayoría de mis amigos lo sabe. Soy pésimo para mantener una relación filial, peor aún una nueva.  Soy corrosivo, insensato, impaciente y distraido. Que bonita caja de sorpresas soy yo. Además he cultivado cuidadosamente durante los últimos años la misantropía, de la cual me siento muy orgulloso, aunque a veces me desilusiono un poco de mi mismo. Pero esta experiencia, para mi, es sumamente extraña. No ha sido la única en los últimos días desde mi llegada a Italia. Pareciera que la gente quisiera entablar conversación conmigo. No es que yo sea mala persona, pero prefiero definirme como una persona no buena. Quizás me vean más como un perro sarnoso que deambula por la calle y que necesita un poco de abrigo por las noches tenebrosas y un poco de comida. No, no creo que sea eso. Debe ser que soy buen conversador pese a mi reducido inglés. Sé de aventuras, sé de historias que a más de uno podrían parecerle increíbles, y ellos lo saben y quieren escucharlas. Sé de anécdotas que muchos de ellos no han vivido. Y sinceramente en esos momentos de tener una buena conversación y una buena cerveza, de lo que menos quieres hablar es de cosas de trabajo. Y así fue esta noche: música italiana, comida, folklore mexicano, ¡incluyendo a Luis Miguel! Todo hubo en la mesa menos trabajo. Grata compañía. Pagaré del mismo modo el día en que vayan a México.

Sea lo que sea, han sido unos días estupendos en Roma. Toda mi estancia en Italia ha sido grandiosa. Pero creo que ya sospecho lo que ha sido. Cuidadosamente observo mi silueta frente al espejo, y extendiendo mi mano para alcanzar lo que hace unos momentos colgué de la silla en uno de sus brazos, lo descubro: ¡indudablemente no soy el mismo sin sombrero!



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