Sintiendo la melancolía de antaño
que perfora mi vida sin tu mano,
cabalgo a ciegas en corcél sin patas
con yelmo y sin montura cuyo andar mata.
La serenidad de mi impaciencia,
el camino, tapiz de escollo, carcome;
en cada paso y sin vergüenza, incita
a rendirme al primer remanso que asome.
La tranquilidad no conoce mi rincón
tanto como la soledad, ordinaria compañera;
siempre se ha colado a mi bastión
derrumbando todo intento de frontera.
La ventana de mi alegría, con cortinas negras de olvido
y empañada por tu partida se torna oscura y diáfana,
como la ausencia insoportable que no se aleja de mi cama.
¿Cómo termino este escrito?
¿Llorando tu nombre o maldiciendo?
¿A quién dedico mis gritos?,
si tan sólo una noche me escucharas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario